Imaginemos que usted supiese que mañana o pasado, se le acabaría la vida y estuviese usted intentando resumirle a otra persona lo que ha significado su vida para usted, lo que ha considerado como los valores perdurables de su existencia. ¿Qué les diría usted?
Esta es la circunstancia en la que encontramos a Jesús en el capítulo 17 de Juan. En el 13, en el que introduce el Discurso del Aposento Alto Juan nos dice:
"Y sabiendo Jesús que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que él había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena; se quitó el manto, y tomando una toalla, se ciñó con ella. Luego echó agua en una vasija y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla con que estaba ceñido. (Juan 13:3-5).
Después de esto, Jesús pronunció las asombrosas y extraordinarias palabras que llamamos el Discurso del Aposento Alto. Cuando pasa a la oración al finalizar este discurso, nuestro Señor hace un repaso de su vida para el Padre, un repaso de treinta y tres años de ministerio en la tierra: aquellos años de silencio en Nazaret y aquellos otros años, llenos de actividad, correspondientes a su ministerio público, cuando subió y bajó las colinas de Judea y Galilea, predicando, sanando y atendiendo a las necesidades de todas las multitudes que le seguían. Al leer estas palabras, especialmente los versículos 4 a 8, tenemos el privilegio de escucharlas al hacer Jesús un repaso de su propia vida y sus palabras resumen esos treinta y tres años con tres afirmaciones impresionantes, que constituyen su propia evaluación de la vida más importante que jamás haya vivido:
Lo primero que destaca en relación con el Padre es el hecho de que realiza una obra que le glorifica.
"Yo te he glorificado en la tierra, habiendo acabado la obra que me has dado que hiciera. Ahora pues, Padre, glorifícame tú en tu misma presencia, con la gloria que yo tenía en tu presencia antes que existiera el mundo. (Juan 17:4-5).
Esta es una oración que pronunció antes de ir a la cruz, pero, en su alcance, llega mucho mas allá, incluyendo además la cruz. Nuestro Señor sabía dónde iba, sabía lo que iba a hacer durante las próximas horas y lo que se realizaría, y en visto de ello dice: "he acabado la obra que me has dado que hiciera. Esta obra, por supuesto, incluye algo mas que la cruz, pues abarca el ministerio de sanidad y misericordia y, como he sugerido, incluso aquellos treinta años de silencio en Nazaret, acerca de los cuales sabemos tan poco. Todos ellos formaron parte de su vida, de su obra, que el Padre le había encomendado para que la llevase a cabo. La clave al significado de ello se encuentra en el versículo 5: "Ahora pues, Padre, glorifícame tú en tu misma presencia, con la gloria que yo tenía en tu presencia antes que existiera el mundo.
Ningunos otros labios podían pronunciar semejantes palabras, ninguno de nosotros podemos mirar atrás a un tiempo en el que estuvimos con el Padre, antes de que el mundo fuese creado, pero aquí tenemos a Uno que sí podía y al decir esto, está pidiendo ser restaurado a la gloria que le pertenece por derecho propio. Si hay algún versículo en la Biblia que por sí solo, sin apoyo de ningún otro, refleje de manera inconfundible la deidad de Jesús el Mesías, es precisamente este versículo. Porque aquí está reclamando la gloria que era también la gloria del Padre. Isaías nos recuerda que Dios no comparte su gloria con ninguna otra persona aparte de sí mismo. Dice: "No daré a otro mi gloria (Isa. 48:11), pero había Uno que sí compartía la gloria del Padre antes de que el mundo fuese creado y que reconocía que le pertenecía por derecho propio. Resultaría interesante meditar acerca de la gloria pensando en cómo sería y de qué modo podría él reclamar esa gloria como hombre que caminaba aquí sobre la faz de la tierra, pero ese no es el punto que nuestro Señor está intentando destacar. Esto es algo que menciona a fin de mostrarnos su carácter y el hecho de que estaba continuamente y, por así decirlo, vaciándose o renunciando a sí mismo, dejando la gloria de lado. Ahora que ha llegado al final, está dispuesto a recuperar esa gloria que le pertenece por derecho propio, pero se está acordando y repasando sus treinta y tres años de vida y reconociendo que a lo largo de todo ese tiempo ha renunciado voluntariamente a su derecho a ser adorado, a su derecho a la gloria que le pertenece a Dios.
Esto nos recuerda las palabras de Pablo en Filipenses 2: "Existiendo en forma de Dios nos dice, "él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo [es decir, renunció a su reputación, como dice la versión inglesa de la Biblia King James] tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. (Fil. 2:6-7). Jesús está dejando perfectamente claro que la obra que glorificaba al Padre era esencialmente aquella mediante la cual él se despojaba a sí mismo. ¡Eso era lo que glorificaba a Dios!
Pero esto nos deja tremendamente confusos, porque creemos que Dios está interesado en lo que hacemos, creemos que existen ciertas actividades religiosas que podemos llevar a cabo con las que Dios se sentirá, sin duda alguna, complacido, sea cual fuere nuestro estado mental. Por eso es por lo que en ocasiones nos obligamos a nosotros mismos a asistir a la iglesia, semana tras semana, cuando de hecho tenemos muy poco interés en hacerlo, precisamente por estar convencidos de que el asistir a la iglesia es lo que Dios quiere que hagamos o damos dinero a alguna causa misionera porque pensamos que eso es lo que Dios pretende que hagamos. Pero ¡qué poco entendemos a Dios!
Lo que él espera no es la actividad, lo que glorificaba al Padre no era sencillamente lo que hacía Jesús. No era ni su misericordioso ministerio ni sus buenas obras porque otros han hecho cosas por el estilo, sino el hecho de que a lo largo de su vida tuvo un corazón dispuesto a obedecer, un oído presto a escuchar, una voluntad dispuesta a someterse al Padre. Era su deseo de estar siempre disponible, estar continuamente dando de sí mismo, lo que glorificaba a Dios.
Hubo aquel incidente, durante el bautismo de Juan, cuando se abrieron los cielos y se escuchó la voz, como de trueno, del Padre diciendo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. (Mat. 3:17). El no había hecho nada todavía porque aún era el principio de su ministerio y, sin embargo, durante treinta años, como en todo su ministerio, dio evidencias de tener un corazón dispuesto a obedecer y precisamente eso fue lo que glorificó a Dios.
Se han escrito muchos libros acerca de lo que se ha denominado "el precio del discipulado. En ellos se dice, de un modo u otro, que a fin de poder tener la autoridad de Dios es preciso que paguemos un elevado precio. Afirman, de diferentes maneras, que a fin de convertirse en un creyente victorioso y efectivo, existe una disciplina difícil y exigente. Si he de ser sincero, y espero que entiendan lo que estoy diciendo al respecto, debo decir que no me siento impresionado por esta clase de literatura ni mucho menos y creo que este es un enfoque totalmente negativo. Hemos colocado el carro delante del caballo. Permítanme explicar lo que quiero decir. No quiero decir que este enfoque sea mentira, pero el hecho es que la obediencia a Dios no significa decir que "no a muchas otras cosas. No puede usted decir que "sí al Espíritu de Dios sin, al mismo tiempo, decir "no a muchas otras cosas, eso es algo que forma sencillamente parte del proceso inherente de la decisión. Por lo tanto, no quiero decir que el poder de Dios y el vivir para su gloria no represente, realmente, pagar un precio en cuanto a renunciar a ciertos placeres escogidos y relaciones a las que es posible que deseemos aferrarnos, pero el coste del discipulado no es el coste que debiera realmente preocuparnos. ¡Lo realmente costoso es el precio de la obediencia! Eso es precisamente lo que deberíamos enfatizar y a mi me encantaría encontrar un libro acerca del coste de la rebeldía en la vida del creyente.
¡Qué bien conocemos ese precio! ¡Qué tremendo estrago representa para nuestro espíritu de rebeldía, nuestra desobediencia, el que no estemos dispuestos a dar de nosotros mismos, frente a nuestro espíritu desasosegado y hay que ver lo que representa en términos de hechos frustrantes, vegonzosos y degradantes, que esperamos que nadie descubra, los esqueletos que durante años se han ocultado en nuestros armarios, la disposición irritada y angustiada, que hace que estemos todo el día con los nervios de punta, nuestra debilidad, nuestro empeño, falto de personalidad, por seguir el camino de las multitudes, del que con frecuencia hacemos gala, nuestra actitud santurrona, presuntuosa, esa religiosidad a la que llamamos Cristianismo, que no es otra cosa que un gesto de desprecio frente al mundo y una ofensa a Dios y a los hombres. ¿De dónde proceden estas cosas? ¿No son acaso el terrible precio que tenemos que pagar por tener un espíritu rebelde, por no estar dispuestos a ser sumisos al señorío del Mesías? No nos pertenecemos a nosotros mismos, a pesar de lo cual aún nos aferramos al derecho a vivir como nos da la gana y a tomar nuestras propias decisiones, a escoger nuestros placeres y a ir donde queramos y a hacer lo que nos apetezca, ¡algo que cubrimos con un velo de piadosa religiosidad! Decimos que deseamos hacer la voluntad de Dios, siempre y cuando represente hacer lo que nosotros queremos. En el centro de nuestra vida se encuentra nuestro Yo, como un rey, y ese es precisamente el problema y hemos dejado entrever nuestra propia gloria. Seguimos queriendo lo que seguimos queriendo y no estamos tan dispuestos como lo estaba Jesús a caminar con gozo en obediencia, cuando en realidad es precisamente esto lo que glorifica al Padre.
No hablemos de vivir para la gloria de Dios mientras nuestras vidas están dominadas por tanto egoísmo y no dejamos de pensar tanto en nosotros mismos. ¿Se da usted cuenta de que cada uno de los que han sido verdaderos creyentes enesta vida se ha encontrado con que la gloria de una vida obediente, una vida que está dispuesta a dejarse llevar por la causa del Mesías, sobrepasa con mucho el ridículo coste de renunciar a unos pocos deseos egoístas por Su causa? No hable usted acerca del precio del discipulado, es el precio de la rebeldía lo que debería realmente preocuparnos. C.T. Studd, que regaló su fortuna y se fue al corazón de Africa dijo: "Si Jesús, el Mesías, es Dios y ha muerto por mi, no hay sacrificio demasiado grande que yo pueda hacer por él. David Livingston dijo: "He decidido no conceder valor alguno a nada de lo que me pertenece, salvo en lo que pueda estar relacionado con el promover el Reino de Dios. ¿Fue ese un sacrificio? Así es como lo llamarían. Aquellos que han visto la gloria de Dios, por tener un corazón obediente, no hablan nunca acerca de sacrificios ni sobre aquello a lo que han renunciado, porque lo que han obtenido es de un valor superior e inconmensurable. Pablo podía decir: "pero las cosas que para mí eran ganancia las he considerado pérdida a causa de Cristo. (Fil. 3:7) porque nada puede compararse con lo que el Mesías podía darle.
Esta última semana enterraron a un hombre en una ladera de una colina en Corea, un hombre que fue durante muchos años un sencillo granjero en Oregon. En un viaje a Oriente vio las necesidades de los huérfanos solitarios e indigentes de Corea, esos miles de niños engendrado por los soldados americanos enviados a aquel país. Este hombre los vio, de la misma manera que los ha visto cualquier otro turista que ha ido a Corea, por las calles, sin dinero, pidiendo limosna, sin nadie que se ocupe de ellos, pero, al contrario que los otros turistas, no se marchó a algún otro país y se olvidó de lo que había visto. Regresó a los Estados Unidos con un peso en su corazón y comenzó un ministerio, buscando hogares en América para los huérfanos coreanos. Había sufrido ya un ataque cardiaco y su médico le había advertido que no se cansase demasiado, pero se olvidó de ello, se olvidó de sí mismo y se entregó a la labor con generosidad. Esta semana tuvo otro ataque cardiaco y le enterraron en Corea, pero la historia de su labor apareció en cada uno de los periódicos de habla inglesa del mundo, porque era un hombre que había renunciado a sí mismo con el propósito de glorificar a Dios. Se llamaba Harry Holt. Al hablar Jesús con el Padre, da justo en el blanco sobre lo que significa glorificar a Dios, es decir, una vida de entrega y de amor abnegado.
¿A qué se está usted entregando? Esa es la pregunta que me he estado haciendo en mi corazón esta semana. ¿A quién estoy ayudando?
A continuación Jesús revela la segunda cosa que caracterizaba su vida:
"He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; y han guardado tu palabra. (Juan 17:6).
"Han guardado tu palabra ¡qué declaración tan asombrosa! El dice: "he puesto de manifiesto un nombre que concede poder a los hombres que guardan la palabra de Dios y entre estos dos conceptos existe una relación. ¿Cuál fue el resultado en las vidas de los discípulos cuando se hizo manifiesto el nombre de Dios? "Han guardado tu palabra. ¿Acaso no nos damos cuenta de que la ignorancia acerca del derecho rara vez es el problema? No es que no sepamos lo que Dios quiere que hagamos. ¿No es cierto que el problema consiste en que no queremos hacerlo? Sabemos lo que es, pero no queremos hacerlo. De hecho, de alguna manera que nos resulta extraña, no podemos hacerlo, es como si nuestra voluntad estuviese paralizada, queremos, pero no podemos.
No olvidaré nunca, hace años, a un joven que con la agonía dibujada en sus ojos, me cogió por el brazo y me dijo: "¿qué se puede hacer cuando sabes que algo está mal, pero no lo quieres hacer y mientras estás prometiendo que no lo vas a hacer, sabes que lo volverás a hacer? ¿Qué se hace entonces? La única respuesta que he hallado a esa pregunta es entender y actuar basándonos en lo que Dios está dispuesto a ser para nosotros. En otras palabras, el entender el carácter de Dios, el apropiarnos de su nombre, es el poder de la vida humana y la única autoridad que funciona.
Un nombre representa la personalidad total y los recursos de una persona. Mi nombre es todo lo que yo soy, su nombre es todo lo que es usted. Sea lo que fuere lo que es usted, eso es lo que representa su nombre para los demás. Cuando mi esposa adoptó mi apellido al casarse conmigo, me tomó literalmente a mi por todo cuanto yo tenía. (¡que no era mucho! De hecho, tuvimos que vender sus obligaciones para conseguir un hogar en el que pasar nuestra luna de miel.) Pero siempre que yo firmo mi nombre "Ray C. Stedman toda la fortuna Stedman, el total de los treinta y cinco dólares, está en juego.
Ahora bien, toda la obra de Jesús el Mesías, durante esos treinta y cinco años de su vida, fue desvelar ante nosotros el total de los recursos del Padre, para manifestar su nombre, de modo que nosotros descubramos los recursos tan fantásticos e interminables que tenemos en Dios, de modo que no podemos llegar nunca al fondo. El que no estemos enterado de este hecho es exactamente el origen de nuestro problema de debilidad.
Veo a creyentes luchando, intentando aparentemente actuar por fe, pero durante todo el tiempo están saboteando sus esfuerzos, al negarse en redondo a creer que Dios es lo que dice ser. A mi me sorprende la facilidad con que nos creemos las mentiras de Satanás acerca de Dios. No creemos que él es lo que dice ser, sino que creemos, esencialmente, que Dios es totalmente desleal, que no va a hacer lo que ha dicho que hará. Cuando hablo con la gente y me cuentan sus problemas, intento aconsejarles. Normalmente me dicen que ya lo han intentado, de modo que les sugiero otra cosa y también lo han intentado, así que finalmente, aunque esto no lo dicen nunca, la única conclusión que queda es llegar a la conclusión de que Dios es un fracaso, y que no cumple lo dicho. Ellos han hecho todo cuanto se les exigía, pero Dios no ha actuado. El es caprichoso y hace acepción de personas, parece estar dispuesto a hacer cosas por los demás, pero no por ellos. Cuando nos creemos esa clase de mentira estamos saboteando cada uno de los esfuerzos que está realizando Dios por hacer que obtengamos la victoria.
Dios es fiel. ¿Cuántas veces nos lo dice la Escritura? "Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor. (1ª Cor. 1:9). Toda la obra de Jesús, el Mesías, tiene como propósito mostrarnos la fidelidad de Dios. El no estaba ansioso, ni estaba preocupado, ni molesto por las nubes de opresión y persecución que se posaron pesadamente sobre él, cuando la resistencia a su mensaje se hizo patente por doquier, y cuando empezaron a aparecer las amenazas de muerte. No le preocupaba porque descansaba en el nombre fiel de Dios. El salmista dice:
"Torre fortificada es el nombre de JaShem; el justo correrá a ella y estará a salvo. (Sal. 18:10).
¿Ha descubierto usted eso ya?
Queda todavía una tercera cosa que Jesús dice que caracterizaba su vida.
"porque les he dado las palabras que me diste, y ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que provengo de ti, y creyeron que tú me enviaste. (Juan 17:8)
¿Qué hizo que estos discípulos judíos, que tenían un miedo cerval a la idolatría, creyesen que este hombre con el que habían vivido, comido, dormido, con el cual habían caminado por los caminos de Galilea y Judea, lo había visto todo en la debilidad de su vida humana, había seguido durante tres años y medio, qué les hizo creer que este hombre, en toda su humanidad, era además Dios encarnado, enviado por el Padre? Juan pudo escribir:
"En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. (Juan 1:1).
¿Cómo aprendió eso?
¿Fueron los milagros de Jesús lo que le convencieron? No, sus milagros nunca convencieron a nadie acerca de su deidad, pero sí les convencieron de su mesianidad, y ese era su propósito.
¿Fue acaso el poder que ejercitaba sobre los hombres? No, porque ha habido hombres malvados que han ejercitado un tremendo poder sobre las mentes y los corazones de los hombres, así que no era eso.
¿Qué fue? ¡Sus palabras!
Las palabras de Jesús examinaban los corazones de ellos y les abrió los ojos, disipando sus dudas, haciendo que sus vidas fuesen como un gran fuego consumidor. Ellos sabían que cuando se tomaban estas palabras en serio, les sucedían cosas que solo Dios podía hacer. A lo largo del curso de tres años y medio, al escuchar aquellas palabras apremiantes y magnéticas, brotó gradualmente en los corazones de aquellos hombres la fe de que había Uno que procedía de Dios. "Ellos las recibieron, y conocieron verdaderamente que provengo de ti, y creyeron que tú me enviaste.
Estas palabras siguen teniendo la misma autoridad en la actualidad.
¿Está usted atormentado por las dudas de su fe como creyente? No sería de sorprender que muchos de ustedes se sintiesen preocupados por las dudas en estos tiempos, cuando no existe mayor ataque en contra del fundamento de la fe. Si se siente usted atormentado por las dudas, ¿me permite sugerirle algo? Empiece a leer las palabras de Jesús y a tomárselas en serio. No se limite sencillamente a leerlas, acéptelas como una revelación de su verdad básica y real y tómeselas en serio. No tendrá que leer mucho antes de haber descubierto y visto con toda claridad la vida y la experiencia, de modo que no podrá usted evitar creer que estas palabras son, verdaderamente, palabras de Dios.
¡Qué lamentable que exista hoy entre los creyentes esa actitud de inseguridad! Me preocupa el que los jóvenes teólogos, los que acaban de graduarse en los seminarios, admitan abiertamente que están mas familiarizados con los escritos de Tillich, Barth y Bultmann de lo que lo están con los escritos de Moisés y de Pablo. No es de sorprender, por ello, que tengan una base muy débil respecto a su fe porque nada convence mas que la incomparable Palabra de Dios.
He aquí tres cosas que Jesús vino a hacer. El dijo: "He venido con el fin de dedicarme a un ministerio que precisa que me despoje a mi mismo; he venido a manifestar ese Nombre todopoderoso, mediante el cual todo cuanto sea preciso hacer se hará y he venido a pronunciar palabras urgentes, que despierten la fe en los corazones de los hombres y que hagan que crean. Juan dijo al principio del discurso que Jesús sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos. Sabía que procedía de Dios y que iba a regresar junto a él y entre esas dos declaraciones se encuentran esos treinta y tres años, de los que el mundo no puede jamás escapar, cuyo impacto resume en estas tres breves frases:
Una obra realizada, Un nombre manifestado y palabras que era preciso pronunciar.
El procedía de Dios y regresó junto a él, en eso consiste la vida del creyente.
Dígame usted ahora ¿de dónde se ha sacado usted su vida como creyente? ¿La tenía usted ya cuando vino a este mundo? ¡Claro que no! La tuvo usted al creer en Jesús el Mesías, así que procede de Dios. Estaba con el Padre antes de que usted la recibiese porque estaba en Jesús el Mesías. La vida está en su Hijo. "El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. (1ª Juan 5:12).
Procedía de Dios. ¿Dónde irá cuando acabe usted aquí en la tierra? ¿A dónde irá a parar esa vida? Todo creyente está convencido de que va al Padre. "estar con Cristo es muchísimo mejor. (Fil. 1:23) De modo que estas palabras son verdad y también se aplican a usted, pues procede de Dios y vuelve junto a él.
¿Qué hay entre medias? ¿Una vida que glorifica al Padre? ¿Manifestar ante el mundo un nombre que concede autoridad a los hombres? ¿Pronunciar palabras que les llegue al alma y hagan que se den cuenta de su propia necesidad y al entendimiento de la verdad y la realidad? Como ve, Jesús está haciendo una oración que nos incluye a todos nosotros, y lo sorprendente es que no hay una sola palabra en esta oración que usted y yo no podamos hacer también.
¡Ojalá que Dios nos impida, como creyentes, fijarnos en las cosas superficiales de la vida, a la sombra de la misma, durante mas tiempo y nos induzca a apropiarnos de la vida poderosa, transformadora y dinámica, que el propio Jesús vivió.
Oración
¡Oh, Padre! Estas palabras del Señor Jesús escudriñan nuestra vida y nos revelan cosas que nunca habíamos sabido con anterioridad, hechos poderosos, tan imponentes que a penas podemos creerlos, pero Señor, ayúdanos a recordar de dónde proceden y, de ese modo, que son ciertos y que nos apoyemos con ellos con valor y confianza. Impide que seamos creyentes no efectivos, sino corrientes, que participan en esa especie de cristianismo insulso, amantes de los lujos, que aman lo fácil, tan frecuente en la actualidad. Señor, desafíanos de manera individual, uno por uno, al reunirnos alrededor de la Mesa del Señor, para que formemos parte de aquellos que están dispuestos a entregar sus vidas por Jesús el Mesías, que nos traiga sin cuidado lo que nos pueda pasar a nosotros a fin de que Dios pueda ser glorificado. Lo pedimos en su nombre, amen.
Título: Las Posibilidades de la Oración
Serie: Estudios sobre la Oración en el Nuevo Testamento
Pasaje de las Escrituras: Juan 17:4-8
Mensaje Nº: 10 Nº de Catálogo: 65
Fecha: 3 Mayo, 1964
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