Si se pidiese a un cierto número de creyentes que repitiesen la Oración del Padre nuestro alguno posiblemente la empezaría diciendo: "ahora me acuesto a dormir, pero la mayoría dirían "Padre nuestro que estás en los cielos porque ésta es la que ha sido universalmente denominada La Oración del Señor. Pero no es, ni mucho menos, la oración del Señor, sino la oración de los discípulos. Es la oración que el Señor nos dio para que nosotros la hiciésemos, pero la verdadera oración del Señor se encuentra en Juan 17 y ha sido denominada "la oración santísima del Nuevo Testamento, porque bajo la sombra de la cruz, nuestro Señor se reúne con los discípulos en el Aposento Alto y en presencia de ellos ora con ellos al Padre.
No he leído nunca este pasaje sin un sentido de admiración y temor reverente y en eso puede haber un considerable peligro, porque si nos acercamos a este pasaje con un sentido de su majestad y belleza, nuestro propio sentido de temor reverente tiende a alejarnos del mensaje de esta gran oración. Nos perdemos su mensaje porque tememos explorar la profundidad de lo que está diciendo el Señor, pero si ha sido esa su experiencia, como yo confieso que ha sido la mía, vamos totalmente en contra del propósito por la cual el Señor la ideó cuando hizo esta oración, puesto que él la hizo deliberadamente en voz alta, en presencia de sus discípulos, debido a que deseaba que ellos la oyesen, porque las relaciones básicas que expresa en esta oración entre él y el Padre son además las relaciones que deberían existir entre Jesús y nosotros. ¡Hay un sentido muy real en el que todo aquel que cree en Jesús el Mesías puede hacer esta oración! Esta oración fue diseñada con el fin de enseñarnos cómo orar, y el sentido de temor reverente que pudiese alejarnos de ella y reservarla solo para los labios de Jesús es algo contrario a su intención y hace que nosotros nos perdamos todo el valor que tiene esta oración.
Los tres primeros versículos de esta oración destacan el trasfondo del cual brota esta oración, en una situación de peligro y de muerte. Fue pronunciada unos momentos antes de que Jesús se fuese del Aposento Alto y de que descendiese, con sus discípulos, al oscuro valle de Cedrón, cruzando la cordillera del Monte de los Olivos. Ascendiendo allí en la oscuridad de la noche y halló el camino hasta el Huerto de Getsemaní y una vez allí, se alejó durante un corto tiempo de sus discípulos, orando y pronunciando aquella desesperada oración de Getsemaní, la oración que hizo que brotase sangre de su cuerpo, que caía al suelo en grandes gotas, y pasó a un tiempo de misteriosa y terrible angustia. Estando en ese huerto, Judas vino con la guardia, que le cogió prisionero y le condujeron a la corte de Pilatos y posteriormente a la cruz.
Al hacer esta oración estaba contemplando la sombra de la cruz. Los discípulos estaban reprimidos y aterrorizados, plenamente conscientes de que algo andaba mal, que Jesús les iba a abandonar. Les había dicho que les iba a dejar y los corazones de ellos estaban dominados por el temor y la ansiedad, pero en su oración no se expresa ni una palabra de temor, de debilidad ni de nerviosismo.
Tengo en mi biblioteca una copia de la oración que pronunció Martin Lutero antes de que se presentase ante el Emperador del Santo Imperio Romano en la Ciudad de Worms, para responder a los cargos que se habían presentado en su contra, por causa de los cuales su vida estaba en juego. Es un prolongado, vago y repetitivo clamor de debilidad impotente, mediante el cual Lutero sencillamente se abandona una y otra vez en Dios como su fortaleza y grita atemorizado y angustiado, pero esta oración de Jesús es totalmente diferente. En lugar de ser un clamor de debilidad o una súplica de ayuda, esta oración comienza con la poderosa conciencia de una oportunidad a la que se anticipa:
"Jesús habló de estas cosas, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado. (Juan 17:1a)
"La hora ha llegado. Con estas palabras Jesús espera con anhelo y con evidente anticipación el momento de la oportunidad ilimitada que tiene ante sí. No cabe duda alguna de que estas palabras "la hora ha llegado significan mucho mas que la frase que empleamos cuando nos enfrentamos con el final de la vida "me ha llegado la hora. Lo que queremos decir mediante estas palabras es que se nos ha acabado el tiempo y ha llegado el fin de nuestra vida. El Dr. J. Vernon McGee contó en cierta ocasión el caso de un hombre que había estado estudiando la doctrina de la predestinación y se había sentido tan fascinado por la idea de la protección soberana de Dios, en cualquier y en todas las circunstancia, que le dijo al Dr. McGee: "¿sabe una cosa? Estoy convencido de que Dios me guarda, pase lo que pase, de modo que aunque me plantase en medio del mas intenso tráfico al mediodía, si no ha llegado mi hora, estaría perfectamente a salvo. El Dr. McGee le contestó de manera muy característica diciéndole: "¡Bueno, si se planta usted en medio del tráfico al mediodía, hermano, su hora ha llegado!
El usar una frase como "me ha llegado la hora es una expresión de resignación, pero no es esa la postura que adopta Jesús. A lo que se refiere aquí es a la realización. Está hablando del momento que había estado esperando durante toda su vida, la hora de unas posibilidades ilimitadas, la hora que durante tanto tiempo ha esperado. En toda la constancia que ha quedado en los Evangelios se refiere continuamente a dicha hora: en el principio de Juan tenemos el relato del primer milagro en Cana de Galilea, cuando convirtió el agua en vino. Estando allí se le acercó su madre y le dijo: "Hijo, no tienen vino y su respuesta fue: "¿Qué tiene que ver eso conmigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. (Juan 2:3-4). Lo que quiso decir fue que, aunque haría lo que su madre le había sugerido, no tendría los resultados que ella había estado esperando, porque aún no había llegado la hora, no era el momento oportuno. Jesús les dijo repetidamente a los discípulos que: "todavía no había llegado su hora (Juan 7:30; 8:20). Estaba esperando el momento en que abundaría la oportunidad y en aquellos momentos, al ir a la cruz, elevó sus ojos al cielo y dijo: "Padre, la hora ha llegado. Con esas palabras lo que quiere decir es que había llegado la hora en la que todo por lo que había vivido se cumpliría.
Esa era la anticipación que se basaba en el principio, como dijo él, de que: "a menos que el grano de trigo caiga en la tierra y muera, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. (Juan 12:24). Ese era el motivo por el que su hora no había llegado antes, porque Jesús sabía que la obra de Dios no se realiza nunca aparte del principio de la muerte, que todo cuanto él hiciese mediante poderosos milagros y poderosas palabras, todo el maravilloso poder de su ministerio entre los hombres carecería de toda efectividad hasta que no pasase por la experiencia de renunciar a todo cuanto él era. Hasta que lo hiciese, nada perdurable permanecería. Jesús sabía que mas allá de la cruz se encontraba la gloria de Dios. Hebreos dice que "por el gozo que tenía sufrió la cruz, menospreciando el oprobio (Heb. 12:2) de la misma manera, sabiendo que mas allá de ella se hallaba el gozo que le estaba esperando. Mas allá de la cruz está la gloria, pero la cruz es el único camino para llegar hasta allí. Todo su ministerio, toda su vida, carecerían de la menor efectividad hasta que se cumpliese este principio de la muerte, a menos que el grano de trigo caiga en la tierra y muera, queda solo, no logrará nunca nada mas, ¡porque no puede! Solamente si muere llevará mucho fruto. Mas allá de la renuncia a sus derechos estaba la posesión del privilegio, mas allá del acto de obediencia estaba la bendición como algo real.
Es por eso que he dicho que también nosotros debemos de hacer esta oración, porque estamos siempre enfrentándonos con horas como estas en nuestra vida. Tanto en el caso de los asuntos importantes como en los insignificantes llegamos al momento en el que debemos decir, como lo hizo Jesús: "Padre, la hora ha llegado, la hora en la que tengo que tomar una decisión entre si aferrarme a mi vida por mi mismo, actuando de manera egoísta, como lo he estado haciendo hasta aquí o si renunciaré a ella y, pasaré a lo que es aparentemente muerte, aferrándome a la esperanza, la gloria y la realización que se encuentra más allá. Siempre nos estamos enfrentando con horas así. Las llamamos decepciones, demoras, tal vez tragedias. Las consideramos como invasiones de nuestra vida privada, a nuestro derecho a vivir nuestras propias vidas. Pero si las vemos como lo hizo Jesús, reconoceremos que cada momento así es una hora de gran posibilidad en la que, si actuamos conforme al principio de entregarnos a nosotros mismos, descubriremos que hay una puerta abierta a un reino de servicio, bendición y gloria tan amplio que resulta casi inimaginable. Eso es precisamente lo que quiso decir Jesús con las palabras "la hora ha llegado. Era un momento de oportunidades sin límite.
Luego pasa de esto a otra palabra y dice:
"glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, así como le diste autoridad sobre todo hombre, para que dé vida eterna a todos los que le has dado. (Juan 17:1b-2).
Pero estas palabras revelan que habla plenamente consciente de una relación adecuada. Si examina usted cuidadosamente estos versículos se dará cuenta de que existe una maravillosa interacción de personalidades. El Padre le da al Hijo a fin de que el Hijo, a su vez, le pueda devolver al Padre. No se trata del acto de dar una sola vez, mediante el cual el Padre le concedió autoridad sobre toda carne al Hijo, sino una entrega continua. El Padre, dice, está continuamente concediéndole al Hijo la autoridad sobre toda carne. ¿Por qué? Para que el Hijo pueda continuamente devolverle al Padre los hombres que el Padre le ha dado, para que puedan ser suyos. Y lo que está expresando aquí, con este maravilloso lenguaje, es sencillamente que todo su ministerio es una manifestación del poder adecuado para hacer frente a cualquier exigencia.
El Padre le concedió autoridad, pero ¿para qué? Nos dice que para que pudiese concederle la vida eterna a quien quiera que el Padre le hubiese dado, a fin de suplir la necesidad de cualquier persona que viniese a él. Los que son enviados al Padre, atraídos a él, acudirán ante su presencia. Quienquiera que sea, dice Jesús, mora en él, gracias al don del Padre y todo cuanto es necesario para hacer frente a la exigencia de esa persona, él es suficiente para hacer frente a cualquiera de ellas, sea la que fuere.
Esta semana en Newport Beach, estuve en una reunión social en un precioso hogar. Se acercó a mi un hombre y agarrandome de la mano me llevó hacia un rincón y me dijo: "quiero hablar con usted. He asistido a los desayunos de oración todas las mañanas esta semana y quiero hacerle algunas preguntas. Como es natural, me sentí encantado y le animé a que me contase algo sobre sí mismo. Era un hombre que tenía lo que podría describir como un rostro trágico. En él se dibujaban profundas arrugas, señal de una honda tragedia y no tardé en averiguar cuál había sido. Me contó que hacia solo unos meses que su hijo de diecisiete años se había suicidado y lo que eso había representado para su esposa y para él. Al charlar me dijo: "Sé que esta semana he escuchado algo que debe ser la respuesta. No puedo negar que todo lo que he estado escuchando durante esta semana en las vidas de estos hombres es real. Hay algo aquí y yo lo quiero, deseo venir al Mesías, pero no puedo. Yo le contesté: "¿por qué no? y me dijo: "No siento la libertad para hacerlo hasta que pueda acudir a él con total honestidad y sinceridad. Me quedan muchas dudas, cierto resentimiento y amargura acerca de lo que nos ha sucedido y por eso no creo que pueda venir a él. Entonces le respondí: "Mi querido amigo, si no cree usted que pueda acudir a él honestamente, hágalo deshonestamente y dígaselo así al Señor, porque la invitación del evangelio dice: "El que tenga sed, venga eso es todo "venga. (Apoc. 22:17).
En Jesús, el Mesías, tenemos la respuesta adecuada a cualquier problema. Usted no tiene la respuesta, pero no tiene que tenerla, él sí la tiene. Preséntele el problema a él, sea cual fuere, duda, incredulidad, falta de honradez, temor, amargura, ansiedad, preocupación, sea lo que fuere, Jesús dijo:
"Venid a mi todos los que estáis fatigados y cargados y yo os haré descansar. (Mat. 11:28).
Y también dijo:
"Todo lo que el Padre me da vendrá a mí; y al que a mi viene, jamás lo echaré fuera. (Juan 6:37).
¿Qué quiere decir? Esa es la maravillosa relación que tuvo cuando estuvo aquí en la tierra, pues el Padre le estaba concediendo siempre autoridad sobre toda carne, sobre cada una de las personas que acudían a él, como respuesta adecuada a cada necesidad, para que él a su vez, al hacer frente a dicha necesidad, pudiese devolver ese hombre al Padre, habiéndole recibido como un don del Padre mismo.
¿Reconoce usted que nosotros tenemos actualmente la misma relación que el Señor Jesús tuvo con su Padre? La semana pasada escuchamos sus palabras:
"El que cree en mí, él también hará las obras que yo hago. Y mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre. (Juan 14:12b).
Todo cuanto está diciendo es que, gracias al hecho de que la vida de Jesús el Mesías mora en nosotros, él está dispuesto a concedernos continuamente la autoridad sobre toda carne, sea cual fuere la necesidad. Sea cual fuere la exigencia que nos presente la vida, sea cual fuere el problema urgente que aparezca en nuestra vida, que nos agobie, él es suficiente para que le hagamos frente, a fin de que podamos devolverle el gozo, el regocijo, la gloria y la acción de gracias de nuestro corazón.
El Mayor Ian Thomas os ha recordado: "debemos tener lo que él es a fin de poder hacer lo que él hizo.
Ese es el secreto del cristianismo vital. Incluso en esta hora de peligro, de muerte y de tinieblas, cuando la cruz presiona con todo su perpleja confusión al Señor Jesús, él ora al Padre y le dice: "Gracias, Padre. Ha llegado la hora, la hora que representará la mayor bendición que el mundo ha visto jamás, la hora que yo he estado esperando, para la cual he vivido, y sé que, al enfrentarme con ella, tengo una relación adecuada que es totalmente capaz de hacer frente a las exigencias de esta hora.
Además hay una tercera cosa que introduce en esta oración. Un tercer ímpetu tras dicha oración es el desvelar una posibilidad abundante:
"Y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tú has enviado. (Juan 17:3).
Si un creyente desea dar un testimonio dice: "Tengo vida eterna. ¿Qué quiere decir? ¿Qué es la vida eterna? Tiene vida eterna, dice usted, pero ¿qué es la vida eterna? ¿Diría usted: "lo que quiere decir es vivir para siempre.? ¿Es eso lo que representa realmente la vida eterna? ¿No es, acaso, otra cosa que la existencia eterna que sigue para siempre? ¿Es una vida fácil la que pasaremos en la eternidad, tocando el arpa, es eso la vida eterna? ¿Es caminar físicamente por calles de oro?
No, la definición está justamente aquí. Jesús dice que esto es la vida eterna. ¿Qué es? "Y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tú has enviado. ¡Esa es la vida eterna! La vida eterna no es cantidad, es calidad. Es conocer a una persona. Cuando se para usted a pensar en ello, es lo único que hace que la vida valga la pena ¿no es cierto? ¿Qué es el matrimonio? ¿Son tres comidas al día, es bañar a los niños, ver la televisión, irse a dormir, levantarse para ir al trabajo por la mañana y volver de nuevo? No, el matrimonio es conocer a otra persona, esa es la esencia.
Han transcurrido ya veinte años desde que siendo joven, visité una iglesia en Montana y sentado un domingo por la noche ínolvidable, y desde las alturas olímpicas desde las que estaba sentado, vi a una joven rubia con el cabello largo, muy rubio, cantando un solo. Tenía la voz mas angelical que jamás había escuchado. Me dije a mi mismo, con la impetuosidad característica de la juventud: " he ahí la muchacha con la que quiero casarme. Pero me sentí dominado por un sentimiento de profunda frustración, porque sabía que a la mañana siguiente tenía planeado salir para Chicago para vivir allí. Cuando se despidió la reunión, me encontré con la muchacha a la puerta de la iglesia, a la que solo hacía un par de días que me habían presentado, y le pregunté si podía escribirme con ella. Creo que se quedó muy sorprendida pero dijo que "sí y después de llegar a Chicago empecé a escribirle. Le estuve escribiendo de vez en cuando, durante una serie de años, unos cinco o seis años. Por fin, me encontré en Hawaii escribiendo aún a la misma muchacha. Me llevó todo ese tiempo convencerla de que viniese a Hawaii y allí nos casamos. Había estado intentando llegar a conocerla por correspondencia durante todos esos años, pero no la conocía muy bien, a pesar de lo cual cuando nos casamos empezamos a conocernos mejor, y todo el gozo del matrimonio consiste para mi en conocer a la otra persona.
Aquellos matrimonios que no poseen este elemento se desintegran y no son otra cosa que una experiencia aburrida y frustrante. Es el conocer a una persona lo que añade la riqueza a la vida. Es por eso que la vida eterna es el conocimiento de la Persona eterna, la intimidad de la comunión y el compañerismo con la Persona de Dios. "Y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero.
¿Cuáles son los resultados de un conocimiento así? Ya sea entre humanos o entre el hombre y Dios, son siempre los mismos, excepto que en el caso de conocer a Dios trascienden las fronteras de lo infinito.
Lo primero es el gozo, la vida se convierte en un disfrute. El conocer a otra persona significa el fin de la soledad. Implica contar con un corazón que te comprende, una persona a la que le podemos contar nuestros problemas, que compartirá además nuestras alegrías y nuestras tristezas. No hay nada semejante en la vida. En eso consiste el conocer a Dios, en la plenitud de ese gozo, en la riqueza de las experiencias.
Pero mas que disfrute, representa una expansión. ¿Ha observado usted alguna vez que una persona que se retrae de los demás, que vive como un ermitaño, ya sea en aislamiento real o mostrándose retraído e inaccesible, lleva también una vida muy estrecha? Su vida está limitada por costumbres determinadas por un lado y actitudes inalterables por el otro y esa es toda su vida, una estrecha tumba a la que le han quitado los dos lados, pero cuando conocemos a otras personas, y especialmente cuando conocemos a Dios, ensanchamos los horizontes de nuestra existencia, añadimos amplitud además de longitud. Descubrimos que el conocimiento de Dios amplia toda la perspectiva de la vida, hasta que empezamos a vivir por primera vez. Este es el testimonio de muchos.
Hace algunas semanas estuve en la frontera canadiense hablando a un grupo de jóvenes adultos en una conferencia especial. Tras concluir una de las reuniones se me acercó un joven. Me enteré después que hacía poco que se había convertido, era un joven que había sido piloto de pruebas y había llevado una existencia bastante salvaje. Después de un mensaje en el que había estado hablando acerca del conocimiento de Dios, me dijo: "¿sabe una cosa? Al hablar sobre Dios no hace usted que suene como si se hallase en algún lugar distante, en alguna parte. Escuchándole pude ver que Dios...(y se quedó como buscando la palabra apropiada) Dios...¡Dios mola cantidad! Posiblemente me quedé un tanto extrañado, de modo que añadió: "Bueno, ya sabe lo que quiero decir. ¡Dios está al corriente de la movida, mola un rato! Entonces entendí de inmediato que no pretendía ser irreverente, ni mucho menos, al hablar de ese modo. Lo que quería decir era que Dios es real y se interesa por la vida, que ha venido para ampliar nuestros horizontes y si no nos rendimos ante El descubrimos que la vida se está constantemente volviendo mas y mas estrecha, como un canal restringido, que no tiene suficiente anchura ni mucho menos.
El conocer a una persona añade deleite y expansión, pero sobre todo, enriquecimiento, porque la vida no solo debe tener longitud y anchura, sino que debe tener además profundidad. Cuando conocemos a Dios por medio de Jesús el Mesías (porque no hay ninguna otra manera para llegar al conocimiento de Dios, excepto a través de Jesús el Mesías, puesto que él mismo dijo: "Nadie conoce bien al Hijo, sino el Padre. Nadie conoce bien al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mat. 11:27) al participar en la comunión y la obediencia a Jesús el Mesías, descubrimos que él enriquece nuestra vida en todas sus dimensiones y se convierte en una vida cálida y fulgurante en nuestro interior, y tal vez por primera vez comenzamos a experimentar la vida como se pretendía que fuese.
Una vez mas esta semana me senté con un hombre creyente, que era uno de los miembros de un grupo que había estado tras la planificación de las reuniones que se celebraron la semana pasada en Newport Beach. Estabamos comiendo juntos al mediodía y me contó la historia de su vida, cómo se hizo cristiano. Me contó cómo había ido tras los éxitos habituales en la vida y los había alcanzado de manera impresionante. Tenía todo el dinero que necesitaba, tenía una familia estupenda, poseía todos los atributos normales de la vida y descubrí mas adelante, hablando con otros, que era la viva imagen de la virilidad a los ojos de otros hombres. Le conté, con el propósito de animarle, lo que otros me habían dicho acerca de él. Le dije: "¿a qué es debido eso? Se le llenaron los ojos de lágrimas al decirme: "Le diré por qué. Si es verdad, es porque cuando tenía cuarenta y uno años de edad descubrí a Jesús el Mesías y le doy gracias a Dios porque a los cuarenta y un años aprendí por primera vez los auténticos valores de la vida me dijo. "Me he sentido impresionado con esto de manera especial porque mi padre se hizo creyente solo cinco días antes de morir, pero esos últimos cinco días fueron los días mas maravillosos de su vida. Me siento sencillamente agradecido porque, aunque mi padre solo entendió los auténticos valores de la vida durante cinco días, a mi se me ha permitido, durante una serie de años, darme cuenta de lo que es la vida exactamente.
Eso es lo que da como resultado el conocimiento de Dios. Pablo dice: "todo es vuestro, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir, todo es vuestro y vosotros de Cristo y Cristo de Dios. (1ª Cor. 3:21-23). ¡Qué magnífico panorama! ¡Qué fabulosas posibilidades y potencial dependen de esta sencilla relación con Jesús el Mesías!
Ahora bien, esta es la pregunta que quiero hacerle:
¿Está usted orando con esa clase de entendimiento, gracias a esa clase de relación? ¿Está usted esforzándose por lograrlo?
¿Cree usted realmente que estas son las posibilidad que Dios está dispuesto a ofrecerle en su vida?
¿O se siente usted satisfecho, como lo estamos muchos de nosotros, con seguir adelante, sea como sea semana tras interminable semana, haciendo las mismas cosas aburridas de siempre, con las mismas actitudes que adoptan las personas mundanas que nos rodean, sin que exista nada visiblemente diferente en nuestras vidas?
Eso es lo que nuestro Señor nos plantea en esta oración. Ante la hora más trágica en la historia de la humanidad no hay en su oración ni el más mínimo nerviosismo o de derrota, sino sencillamente una actitud de descanso en aquello que ha sido característico de su vida todo el tiempo y que manifiesta sencillamente que está al alcance de todo aquel que cree en él.
Oración
Padre nuestro, ¡qué mendigos tan patéticos somos, cuando poseemos riquezas tan maravillosas y que poco las disfrutamos! Señor, derriba las barreras de nuestra incredulidad. Deténnos para que no podamos restar importancia a todo lo que oímos. Impide que hagamos algo tan terrible como es volver a la "vida normal, como acostumbramos a llamarla, y que sigamos siendo la misma aburrida persona que éramos antes. Dios, ayúdanos a ver que en Jesús el Mesías hay vida, luz, libertad, abundancia y haz que tengamos verdadera hambre y sed de ellas. Lo pedimos en Su nombre, amen.
Título: La Verdadera oración del Señor
Serie: Estudios sobre la Oración en el Nuevo Testamento
Pasaje de las Escrituras: Juan 17:1-3
Mensaje Nº: 9 Nº de Catálogo: 64
Fecha: 26 de Abril, 1964
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